lunes, 23 de julio de 2012

PARA LA REFLEXIÓN...
En esta ocasión nos hacemos eco del artículo publicado en E-NOTAS
18/07/2012
Marian Uria Urraza
Observatorio de Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres
Instituto Asturiano de la Mujer


El término equidad de género ha sido definido como "justicia e imparcialidad en la distribución 
de los bienes, poder, recursos y responsabilidades entre mujeres y hombres" 1, e identificado 
como uno de los objetivos de las políticas de salud. Reconoce que hombres y mujeres tienen
 diferentes necesidades, poder y acceso a los recursos, y que estas diferencias deberían ser 
identificadas y orientadas de tal forma que rectifiquen las desigualdades.

Por ello, aunque podría parecer que alcanzar el objetivo de equidad de género en salud,
 supondría la igualdad en los resultados de salud de hombres y mujeres, esto es imposible, 
debido, no solo a sus diferencias biológicas, sino también a los distintos roles de género.

Lesley Doyal, actualmente profesora emérita en la Universidad de Bristol, donde ha impartido
 formación en los últimos años, ha sido una de las pioneras en el análisis de las relaciones
 entre los estudios de género y los estudios de salud y en las conexiones entre las ciencias 
biológicas y las sociales 2,3,4 y ha trabajado como consultora para la OMS y para Naciones Unidas 5.

En el artículo que se analiza a continuación, Doyal ofrece un análisis sobre las diferencias 
en las necesidades de mujeres y hombres y sobre los obstáculos, condicionados por el
 género, que les impiden alcanzar su potencial en salud y señala alguna de las implicaciones
 en las políticas públicas.

Doyal, Lesley. Gender equity in health: debates and dilemmas 6. Social Science & Medicine 
51 (2000) 931-939.

La autora comienza, señalando el cambio de planteamiento que se estaba produciendo 
en el discurso académico y en ámbitos políticos, al pasar de hablar de mujeres a hablar
 de género, es decir, de fijar la atención en las mujeres como grupo con menores privilegios,
 a poner el énfasis en la construcción social de las identidades de género y en la 
naturaleza de las relaciones entre mujeres y hombres.

Plantea que, conseguir la igualdad en resultados de salud entre mujeres y hombres es 
inalcanzable, por ello, el foco no debe ponerse en dichos resultados, sino en las premisas 
que generan las bases para el desarrollo humano. Así, para identificar aquellas cuestiones 
centrales para diseñar las estrategias de equidad, es necesario examinar, tanto la dimensión
 biológica (sexo) como la socialmente construida (género).

En la teoría y práctica biomédicas, el análisis de la masculinidad y la feminidad comienza y, 
normalmente acaba, con las diferencias en el sistema reproductivo. A pesar de ello, señala 
Doyal que es un punto de partida para pensar en equidad, pues las mujeres parten de una 
situación de desventaja y necesitan acceso a los recursos para el control de la fecundidad
 y para un embarazo y parto saludables.

Los hombres, en casi todas las sociedades, tienen menor esperanza de vida que las mujeres 
condicionada, en parte, por mayores tasas de mortalidad perinatal, pero la medicina no
 cuenta con un desarrollo tecnológico que pueda compensar esta mortalidad prematura.

Pasando a la dimensión social, plantea la autora que el análisis de género muestra 
cómo todas las sociedades están divididas en el eje hombre/mujer con diferentes
 deberes y responsabilidades: tareas domésticas y de cuidados en el ámbito privado
 adjudicadas a las mujeres, y trabajo remunerado y derechos y deberes de ciudadanía
 en el ámbito público, a los hombres.

Por ello, no solo hay diferencias, sino desigualdades inherentes a la definición social 
de feminidad y masculinidad, estando esta última más valorada. Hombres y mujeres son 
percibidos en función de ello lo que, lógicamente, tiene efecto a la hora de desarrollar su 
potencial para una vida saludable.

Socializarse como mujer tiene influencia en la identidad: menor autoestima, priorización de
 "los otros", etc. Además, el desigual acceso a una amplia gama de recursos (entre ellos el empleo)
 tiene un impacto significativo: vidas más largas pero menos saludables.

Aunque las desigualdades de género raramente privan a los hombres de los recursos para 
alcanzar sus necesidades, construir y mantener la identidad hegemónica masculina, socializarse
 como hombre, a menudo requiere asumir riesgos (accidentes, consumos), rechazar la búsqueda
 de ayuda y en ocasiones ejercer violencia.

Hasta aquí, explora Doyal cómo, tanto el sexo como el género, necesitan ser tenidos en 
cuenta para diseñar estrategias para la equidad. Y, aunque se han examinado las similitudes
 biológicas y sociales que identifican a hombres y mujeres como grupos separados, esto 
no implica homogeneidad. Las diferencias por edad, socioeconómicas y culturales también 
deben ser exploradas.

Así pues, las relaciones de género crean obstáculos para la salud, manteniendo desigualdades
 en la provisión de recursos que tienen un importante efecto en el bienestar y necesitan ser 
reorientadas, pero la solución es compleja y política y la autora repasa algunas de las alternativas 
que han ido surgiendo. Entre ellas, la que plantea la vuelta a los roles tradicionales, debido
 a que los cambios sociales han causado una merma en la salud de los hombres, no parece 
de recibo. Otra postura propone la reconstrucción de una masculinidad orientada en las 
mujeres, más saludable para ambos, pero no aborda las desigualdades materiales e institucionales,
 que constituyen los mayores obstáculos para la igualdad.

La tercera alternativa, sustentada por el movimiento por la salud de las mujeres a nivel mundial, 
plantea que una gran parte de la morbimortalidad prevenible está relacionada con patrones 
de división de género. Si estos daños quieren ser evitados, serán necesarios cambios 
significativos en aspectos relacionados con laorganización económica y social.

Mientras que los hombres pueden estar expuestos a riesgos debido a la necesidad de afirmar
 su identidad, también obtienen mayores beneficios del sistema de género, así que si la 
equidad es el objetivo, estas ventajas deben ser olvidadas y será necesario desarrollar 
políticas para asegurar el acceso de las mujeres en igualdad a los recursos sociales, económicos
 y de salud. Pero también serían necesarias medidas para liberar a hombres y 
mujeres de las constricciones de los roles de género y que promovieran vivir 
saludablemente. Sin embargo, la implementación de este tipo de estrategias no solventaría
 todos los problemas y daría lugar a otros, que Doyal plantea en las conclusiones.

El primer dilema es si podemos mejorar la salud de las mujeres sin que los hombres pierdan,
 y si no se puede conseguir ¿qué implicaciones tiene esto para el debate de la equidad?

El segundo punto se refiere a cómo desarrollar las transformaciones necesarias para el 
cambio de roles. Muchos aspectos de género están profundamente arraigados en la psique 
individual y se refuerzan en la esfera privada. Así pues, ¿las políticas públicas pueden cambiar
 los aspectos fundamentales del comportamiento humano?

Finalmente, señala la autora, habría que tener en cuenta el debate sobre la prioridad de
 la equidad de género ante el conjunto de injusticias. Los resultados en salud, tanto para
 individuos como para poblaciones, están influenciados por la raza, la clase o la situación 
geopolítica, que en algunas circunstancias pueden tener mayor fuerza en determinar el estado
 de salud. Sin embargo, concluye Doyal, está claro que muchas mujeres y también algunos
 hombres, continuarán experimentando restricciones evitables en su bienestar, hasta
 que los condicionamientos de género sean asumidos por quienes tengan como objetivo 
conseguir la equidad en salud.

Doyal, Lesley. Gender equity in health: debates and dilemmas. Social Science & Medicine 
51 (2000) 931-939


Comentario

En nuestro país, la perspectiva de género en la investigación en salud y en las políticas públicas
 comenzó a incorporarse en los años noventa, impulsada en gran medida por mujeres
 profesionales del ámbito de la salud 7,8, entre ellas la Red de Médicas y Profesionales de 
la Salud del Centro de Análisis y Programas Sanitarios (CAPS). El Instituto de la Mujer
 y el Instituto Carlos III vienen realizando desde 1996 Encuentros sobre Género 
y Salud con representantes de Organismos de Igualdad y Consejerías de Salud de las 
Comunidades Autónomas. En 2002 la Conferencia de la OMS Europa, denominada 
Declaración de Madrid1sentó las bases para incorporar la transversalidad de género en la
 formulación, seguimiento y análisis de las políticas, programas y proyectos, como una de las 
estrategias más efectivas para conseguir la equidad de género en Salud. En 2004 el Ministerio
 de Sanidad y Consumo creó el Observatorio de Salud de las Mujeres con el objetivo 
de generar y difundir conocimiento, para incorporar el análisis de género a las políticas y sistemas 
de salud 9.

La investigación desde esta perspectiva, ha permitido visibilizar que la asunción de los roles
 impuestos y el impacto de las relaciones de género están dando lugar a inequidad, siendo
 las mujeres las que están en situación de desventaja.

Una constatación de los planteamientos que Lesley Doyal desarrolla en su artículo, puede 
verse en los datos sobre la salud de mujeres y hombres en Asturias. La desagregación por 
sexo de toda la información, ha sido la primera medida que ha permitido visibilizar
 diferencias y desigualdades. En 2002 y 2004 se realizaron dos estudios sobre la salud de las
 mujeres, uno cuantitativo a modo de diagnóstico 10 y otro cualitativo 11, con las opiniones 

de las propias mujeres y con propuestas de intervención.

Las Encuestas de Salud para Asturias (ESA) 2002 y 2008 12 han ido incorporando 
preguntas que permiten realizar un análisis en el que se visibilizan las desigualdades relacionadas, 
en una gran medida, con los patrones de género: las mujeres se encargan fundamentalmente 
de las tareas del hogar y de cuidados, valoran peor su salud, se sienten menos felices, 
sufren más enfermedades crónicas (muchas de ellas que implican dolor) y más depresión y
 ansiedad y manifiestan peor calidad de vida, acrecentándose ésta a partir de los 
50-55 años y agravándose las diferencias con los hombres.

Además tienen una vida más sedentaria, aunque preocupadas por el peso (es más frecuente
 tanto el bajo peso como la obesidad), realizan dietas con frecuencia. Por el contrario los hombres
 sufren mayor accidentabilidad (laboral, de tráfico, en el deporte), tienen mayores consumos 
de tabaco y alcohol (aunque las jóvenes se acercan a los patrones masculinos) y tienen una 
alimentación menos equilibrada y utilizan menos las medidas preventivas, aunque duermen 
algo más que las mujeres.

Las ESA 2002 y 2008 han permitido también constatar la medicalización de la vida de
 las mujeres, plasmando la sobreintervención que se hace en pruebas como la mamografía 
y la citología (en edades por debajo de las recomendadas y con mayor frecuencia que la
 estipulada). Además las mujeres consumen más fármacos y se les prescriben psicofármacos
 en una medida mucho mayor que a los hombres, cuestión que se agrava con la edad.

Se aprecia que un mayor porcentaje de mujeres que de hombres está en lista de espera
 y además un tiempo más largo, y que los hombres cuentan con más tipos de aseguramiento,
 además de la sanidad pública, probablemente en relación con su mayor presencia en el 
mercado laboral.

En el análisis de la mortalidad, se aprecian diferencias en las causas de muerte, y son
 las externas (accidentes, suicidios, sobredosis) las primeras causas en los hombres jóvenes 
(15-39 años) 13. Además hay en 2009 una sobremortalidad del 8% de los hombres
 asturianos con respecto a la media española, mientras que las asturianas tienen una mortalidad 
similar a la media. La diferente distribución de causas de muerte entre mujeres y hombres, 
relacionadas con el tabaco y alcohol, permitiría plantear que parte del diferencial de mortalidad
 hombre-mujer podría ser explicado por el bajo consumo de alcohol y tabaco en cohortes
 femeninas de mayor edad 14. La asunción de la masculinidad tradicional, tiene un claro 
reflejo en estos datos.

Así pues, el análisis que realiza Lesley Doyal sobre el cumplimiento de los roles de género, 
se plasma en los distintos problemas de salud y causas de muerte de mujeres y hombres.
 Además, el menor acceso que tienen las mujeres asturianas al mercado laboral (condicionado
 por la asunción del cuidado) y los menores salarios y prestaciones de jubilación, también
 empeoran su salud y calidad de vida. El malestar que plantean con frecuencia en consulta,
 es un reflejo claro de la sobrecarga que muchas mujeres afrontan en su vida cotidiana,
 y en algunos casos, de situaciones de maltrato. Así, a pesar de una mayor esperanza 
de vida, los años vividos sin buena salud son muy superiores en las mujeres 13.

No se puede olvidar la creciente sobreintervención y medicalización de la vida de las mujeres
 (embarazo, parto, menopausia), y por otro lado el menor esfuerzo diagnóstico y terapéutico 
con algunos problemas de salud, como ocurre en las cardiopatías, comprobándose una mayor
 letalidad en las mujeres tras un infarto10,15.

Por ello, como concluye Doyal, para alcanzar la equidad de género en salud, no solo es 
necesaria una transformación de los rígidos roles de género, sino que son necesarios cambios
 en relación a la organización económica y social y también en el ámbito sanitario.

La Guía de Atención a Personas Cuidadoras, el Programa de Atención Biopsicosocial al 
Malestar de las Mujeres, la Estrategia de Atención al Parto Normal, el acceso a la Interrupción
 Voluntaria del Embarazo (IVE) y el Protocolo de Prevención y Atención a la Violencia de 
Género, son algunas de las medidas específicas que se han puesto en marcha en Asturias 16.

Sin embargo, los recortes en la sanidad, la educación y los servicios sociales, así como 
el desempleo, tendrán especial impacto en la vida y salud de las mujeres, con una presión 
por la vuelta a los roles tradicionales.